Español: A lo largo del siglo XVI y buena parte del XVII los retratos de la familia Habsburgo fueron ampliamente divulgados a través de numerosas versiones y copias realizadas por artistas de calidad muy diversa, dependiendo de circunstancias y contextos también distintos. Atendiendo al prestigio de sus reinados y a la eficacia visual de los retratos elaborados bajo sus respectivos gobiernos, fueron las efigies de Carlos V y Felipe II las más repetidas durante ese periodo. Este retrato del Rey fue precisamente pensado para emparejarse con el retrato del Emperador (
P6082), copia de la tela pintada por Juan Pantoja de la Cruz en 1605 a partir de un original [hoy perdido] de Tiziano. La estrecha relación entre ambos retratos explica las características específicas de esta composición, que deriva básicamente del retrato de cuerpo entero pintado por Antonio Moro en 1560 para celebrar la victoria frente a los franceses en San Quintín. En este, Felipe II aparece desafiante, fuertemente iluminado, surgiendo de un fondo oscuro y cubierto con el peto del arnés de aspas. Este ejemplar debió de ser modelo para esta versión del Prado, así nos lo indican ciertos detalles del rostro y la tonalidad carmesí adoptada para los gregüescos. No obstante, hay variantes muy notables; la disposición del monarca está invertida con respecto al original, debido sin duda a su relación con el retrato de Carlos V. Además se han incluido más piezas de la célebre armadura, tanto las que completan los brazos (hombrera, codal, brazal) y las manoplas, como la de la cabeza, la magnífica celada que descansa sobre un bufete próximo. Tanto el retrato de Carlos V como éste de Felipe II fueron pintados por un artista correcto y conciso en la repetición de los rostros, que al tiempo transmitió con absoluta fidelidad las piezas de la armadura. Este hecho es el más significativo de la obra, y hace suponer que en el encargo de los dos retratos se pretendió precisamente subrayar el prestigio de esos valiosos atavíos militares.